¿Brasil modelo agotado?
En la televisión, los audios de un ex director de Petrobras dando detalles a los investigadores delsistema de sobreprecios en las compras, para luego distribuir los dividendos entre el PT y los partidos aliados al gobierno, bajo un sistema perfectamente racional y organizado, donde cada uno tenía su porcentaje previamente pactado, que generaron por lo menos 10 billones de reales de acuerdo a la investigación de la Policía Federal por lavado de dinero.
En los diarios, infografías explicando el complejo funcionamiento de la sistema de corrupción, desde la decisión del ex presidente Lula de colocar a Paulo Roberto Costa a cargo de la dirección de Abastecimiento de Petrobras para organizar la operatoria, hasta las distintas etapas del negocio, pasando por las 13 empresas que aceptaron vender con sobreprecios hasta la llegada de los beneficios, nombre por nombre.
En Porto Alegre, sorpresivo discurso de Dilma Rousseff de diez minutos después de una caminatadenunciando "un golpe" de la oposición, al promover un "uso electoral" de las investigación en Petrobras.
Cualquier parecido con nuestra propia realidad, es solo eso. Lo que en Brasil sucede, en Argentina adquiere proporciones de desmesura. Lo que Dilma dijo es respondido democráticamente por Aécio.Nadie cree que un golpe, mucho menos los petistas. El equipo del candidato de la oposición tampoco le teme a escuchas ilegales o persecuciones del aparato de inteligencia del gobierno. Y la gran preocupación del oficialismo es cómo encontrar una estrategia ganadora frente al ascendente candidato a presidente del PSDB, con claras posibilidades de destronar al partido que gobierna desde el 2002.
En Brasil hay un modelo agotado. El PT nació en las fábricas del sudeste brasileño en años de dictadura y Lula, el líder de las protestas sindicales, llegó a la presidencia en el 2002. Pero en la primera vuelta electoral, Dilma sólo obtuvo una victoria contundente en las zonas semiáridas del nordeste, en las ciudades donde los habitantes viven en las peores condiciones y dependen de la Bolsa Familia, el mayor plan de inclusión social que se haya conocido en este país, que atiende a 13,8 millones de familias, bajo un sistema criticado por burocrático y clientelar.
El Bolsa Familia es una política pública que distribuye entre 45 y 90 reales mensuales (23 y 45 dólares aproximadamente) entre familias indigentes registradas en un sistema poco transparente, y con criterios de asignación discrecionales. El ingreso es por cierto limitado, pero genera un piso de certidumbre a las familias que lo reciben, millones de hogares de todos los rincones del país, un universo mucho más amplio al que llegó su antecesor, el llamado Bolsa Escola, lanzado en 1997 por Fernando Henrique Cardoso.
Los resultados se ven claramente en las estadísticas. La indigencia era de 28,1 en el 2002, cuando Lula ganó la presidencia, pasó a 30,2 en el 2003 y bajó en forma sostenida hasta 10,9 en el 2012, según el Instituto de Estudios de Trabajo y Sociedad (IETS). El informe también registra que en el 2013 la indigencia dejó de caer y tuvo un leve ascenso, 11,1, seguramente como producto del aumento de la inflación, que llegó al 6 por ciento el año pasado y el estancamiento económico.
Dice O Estado de Sao Paulo que "en el largo plazo, tal política asistencialista sólo se sustenta en una economía administrada de manera competente, y promoviendo que quienes reciben la Bolsa Familia tengan chances efectivas de progresar, por medio de una educación pública de calidad y de una asistencia médica decente, tornándose un modelo (que genere) miembros productivos de la sociedad. Como eso no sucede, lo que queda es una enorme clientela de electores pobres y desinformados que, dependientes de la Bolsa Familia, forman la masa de que se sirve el PT en cada elección".
En Brasil hay un modelo agotado. "De un día para el otro, por el aumento del transporte público, solo en las calles del centro de Río había dos millones de personas protestando, la misma cantidad –o incluso más– que sale a sambar para los carnavales", dice el periodista argentino Bruno Bimbi, residente en esta ciudad hace 6 años. Y agrega: "Se hizo obvio que debajo de los discursos triunfalistas del gobierno, se incubaba un descontento descomunal, que tenía fuertes raíces, pero tomó forma repentinamente."
A pesar de las críticas por el sistema de corrupción instalado en la política oficialista y la falta de respuesta a las nuevas demandas sociales, si pudiera, Bruno votaría por el PT en segunda vuelta. "Quiero creer que podrán poner en marcha el cambio que reclama su propio electorado", se ilusiona
Porque nadie duda que las mayorías, el 70% del electorado, reclaman cambiar. De hecho, la campaña que el equipo de comunicación de Dilma lanzó para el segundo turno se resume en el slogan "Nuevo gobierno. Nuevas ideas", dando por sentado que los éxitos del pasado ya no alcanzan para ganar la elección.
En ese sentido, los estrategas del PSDB la tienen más fácil. La consigna "Aécio es cambio" suena obvia para los electores, ya que se trata de un partido que desde el 2002 está en la oposición y nunca fue parte de la alianza oficialista, y de un candidato que gobernó exitosamente el poderoso estado de Minas Gerais.
Así y todo, el poderoso aparato de comunicación del PT todavía puede vencer. Difícilmente logren mostrar que Dilma es mejor que Aécio. Se trata de una presidente poco querida, sin el carisma de su padrino político y con una rigidez para transmitir emociones que llama la atención en estos tiempos electorales, frente a un opositor que garantiza un cambio seguro y racional.
Pero les queda el recurso de instalar el miedo a la pérdida de los beneficios de las políticas sociales. De hecho, ya funcionó con Marina Silva, a quien la hicieron bajar del 33 por ciento de intención de voto al 21 por ciento que sacó en la primera vuelta. Así quedó fuera de competencia.
Es probable que el PT intente algo similar con Aécio. O que tenga una carta en la manga para destruir su imagen. Tienen el poder y los recursos para intentarlo. Aunque a dos semanas del segundo turno electoral, parece más probable que Brasil retome su natural optimismo en el futuro y no elija refugiarse, temeroso, en el pasado.